Vivir en la periferia

Vivir en la periferia

Hace aproximadamente dos años y medio nos hemos mudado desde la capital de la Confederación Argentina hacia la capital de la provincia de Misiones. Esta provincia es una de las más pobres del país, de las más despobladas y a mi entender, de las más atrasadas culturalmente. No fui criado en la capital porteña de esta gran nación sino en otra ciudad a unos 80km de la city, una pequeña ciudad industrial llamada Campana, la cual, al igual que Posadas, comparte esa lógica publerina. Recalco esto porque el haber sido criado en una ciudad pequeña me hace comprender ciertas lógicas que podemos entender como “pueblerinas”, esto es, la mirada constante hacia el otro y qué está haciendo, el incesante chismorreo con esa abrumante obsesión por el qué dirán, entre tantas prácticas propias de ciudades pequeñas que aun mantienen el espiritu de pueblo chico.

Mudarnos a Misiones implicó para mi una aventura. No soy una persona muy dispuesta a los cambios drásticos y a las aventuras de este estilo. Más bien lo contrario. Pero el amor, la posibilidad de tener una casa propia y de probar algo nuevo viviendo en pareja también, de alguna manera, me terminó convenciendo de intentarlo. No me arrepiento en lo absoluto más con el paso de estos dos años y meses, más el nacimiento de nuestra hija, mi visión de las cosas ha ido cambiando bastante.

Ya lo dijo Borges, creo, cuando alguien le comentaba que tal personaje se iba a vivir a Europa: “¿Irse de Buenos Aires?¡Quién pudiera!”. Palabras más, palabras menos, lo que Borges quería decir es la imposibilidad de pensarse por fuera de la gran ciudad, que tanto ofrece y a la vez, que tanto quita. Realmente salirse de la city no es, como dirían aquí, “para amarillentos”. No soy una persona que haya conocido gran parte del país, para ser sinceros, conozco más bien poco. Pero al venirnos a una provincia tan lejana y distinta comencé a entender muchas cosas sobre mi país, el país que tanto quiero y amo. Cosas dolorosas, por supuesto, cosas tristes que me quitan esperanzas. Efectivamente Argentina como tal no es más que la República del AMBA + Córdoba capital + Rosario: creo que en esos tres núcleos urbanos se desarolla lo que se comunmente se conoce como Argentina. En Misiones a veces me da la sensación que la identidad misionera está muy por delante de la identidad argentina: la identidad de argentino parecer ser la identidad rioplatense y un poco más. No estoy inventando nada, no estoy descubriendo la pólvora, pero vivirlo es muy distinto a analizarlo. Pongo un ejemplo de tantos de miles de ejemplos que me suceden diariamente. Durante la internacion por el nacimiento de Jazmín, uno de los enfermeros le dijo a mi pareja (que si es nacida y criada en Misiones) “ustedes no son de acá, ¿no?”. ¿Cuál es el acá? ¿Misiones, Argentina? ¿Por qué la pregunta? ¿Acaso alguien iría a Posadas a parir para volverse a su pago? Constantemente se está remarcando a quién NO es misionero. Y es un poco lógico, ya que Misiones es una provincia que expulsa a su población y recibe muy poca migración interna. La mayoría se va a Buenos Aires, Córdoba o Brasil: son pocos quienes eligen la provincia para venirse a vivir.

Es difícil sentirse argentino cuando vivís en una provincia completamente periférica y encima compartiendo el 90% de tus fronteras con dos países: uno, un gigante como el Brasil, el otro, un narco estado como el Paraguay. De este último Misiones hereda gran parte de su atraso cultural en materia de violencia de género, misoginia y machismo brutal. Es impresionante la cantidad de casos de abuso sexual, de asesinato de mujeres y de naturalización de los crimenes sexuales. Solamente con buscar en los diarios locales noticias sobre abusos sexuales, crimenes sexuales, distribución de material de abuso sexual infantil se notará que claramente esos délitos están a la orden del día. No paran de suceder y a nadie parecería molestarle. Ni siquiera genera ruido en la población local. Es más, la violencia contra las infancias está tan naturalizada que es completamente normal escuchar a gente joven vanagloriarse de como ejercen la violencia como método para educar a sus hijos. Una cosa que hago apenas tengo un poco de confianza con gente aquí es preguntarle si de niños fueron violentados. De todas las personas que conozco, personas que van de los 28 a 35 años, diría que el 90% de ellos tuvieron historias de violencia en su infancia. No hablo de hechos aislados, sino de la violencia ejercida lisa y llanamenete como método de crianza. Si bien es cierto que las cosas cambiaron, gran parte de esos comportamientos aun existen en la sociedad civil misionera. Poco se habla, poco se comenta y poco se propone. Resulta más fácil anunciarlos en las páginas de los policiales locales que buscar la forma de erradicar esas prácticas.

Otra cosa que también me choca mucho es el nivel de feudalismo que opera en la provincia. Es vox populi en la Argentina que ciertas provincias se manejan como feudos, casi parecen enunciaciones porteñas pero que son reales. Se puede decir que en la city porteña sucede algo similar, ya que hace décadas gobierna el mismo signo político, pero con una salvedad. En los sistmas feudales uno le debe cierta pleitesía al señor feudal, amo total de las tierras y de la plebe. En la capital federal eso n sucede tan así ya que al ser una ciudad megalopolis no se necesita de la buena voluntad de algún duque o conde de cuarta para conseguir tal o cual trabajo, tal turno en un hospital, o incluso un cargo miserable de docente de grado. Aquí eso sucede en todos los aspectos de la vida cotidiana, generando situaciones tan absurdas como que gran parte de la población ni siquiera se anima a hablar de política en la vía pública, y cuando lo hace, trata de hacerlo con recaudos, no vaya a ser que algún botón del poder esté escuchando y eso genere complicaciones laborales. El silencio, el callar, el no opinar es lo que reina, junto con la obsecuencia y la obediencia total. Gente joven y bien pensante prefiere callar y ser obscuente con el poder porque lastimosamente ser contrario a eso puede significar repressalias laborales, y aquí el trabajo privado escasea. En ese sentido, aquí gobierna desde el 99 un mismo signo político, el Fente Renovador de la Concordia Social, manejado por Carlos Rovira y sus secuaces, que más que un partido político hace las veces de asociación ilícita que tomó las riendas del estado misionero y no las larga, valiéndose no solo de la cohersión social, el reparto de dádivas y empleo público y el uso de la fraudulenta Ley de Lemas. No hay forma de explicar cómo un tipo que gobierna maneja Misiones, no importa el gobernador que esté en el cargo, pueda amasar tantísima fortuna personal: la única explicación es el robo a destajo. Ese signo político está plagado de militantes que le rinden al señor Rovira un culto tal como si se tratará de un Mesías, del Hijo de Dios en la tierra, de la reencarnación de Perón. Si bien es un tipo sumamente inteligente, no deja de ser un tipo inteligente en una terruño donde lo que impera es la desidia, la ignorancia y el atraso cultural. El partido del gobierno logró en todos estos años construir un relato totalmente absurdo llamado “misionerismo”, un provincialismo más que aporta a la balcanización de nuestra gran Nación. Es entendble que así suceda: Misiones está muy lejos de Buenos Aires, realmente acá te sentís en otro país y ese país parecería no ser justamente la Argentina como mencioné en el ejemplo con el enfermero.

Todas estas cosas que cuento parecen obviedades y probablemente las sean. Pero hay que vivirlas para efectivamente entenderlas y hacerlas carne. Viviendo aquí y analizando estas cosas, termino pensando en que el desmembrabiento de nuestro país sucedera mas temprano que tarde. Yo no creo que lo vaya a ver, pero tengo la certeza que en algún momento sucederá, y lamentablemente no es culpa de Misiones ni de las otras provincias periféricas sino más bien de un proyecto de Nación, o de Confederación que no prospera, que no avanza, que solo queda enganchado en la República del AMBA y en dos o tres urbes más. Seguramente esto que cuente aplique a otras provincias y espacio geográficos lejanos de nuestro país, pero así es como lo siento yo hoy, desde mi visión.

Dicho todo esto, Misiones es una tierra hermosa, a pesar de todas estos problemas. El magnanimo Paraná atraviesa toda la provincia y nadar en sus aguas es de los placeres más hermosos que me ha tocado vivir. Esta tierra además parece ser tan perfecta, los frutos que da son infinitos y el acceso a alimentos de las chacras misioneras es algo que valoro enormemente: realmente poder consumir frutas y verduras de pequeños productores es un lujo al que no todos pueden acceder. Las maravillas naturales que rodean a esta tierra son tantas y tan inbarcables…si uno abre Google Earth y hace un zoom out en Argetina, verá que todo es un desieto, a excepción de un pedacito verde: ese pedacito es Misiones, el último reducto de la selva paranaense. Vivir en un lugar donde el cielo es de un celeste que jamás he visto y los atardeceres se pintan de colores que no sabría cómo describirlos me genera un placer cercano al extasis. Realmente uno cuando vive aquí valora todas esas cosas que no puede contemplar en otros lados. Sobretodo si te criaste en una ciudad industrial donde el cielo es gris, no existe el silencio porque las chimeneas de las fábricas nunca se apagan y lo que llega del Paraná son aguas completamente contaminadas. Los guaranies que habitaban estas tierras hablaban de la búsquda de la Tierra sin Mal, que dentro de su cosmogonía implicaba algo así como el Paraíso cristiano. Lejos estamos de ese paraíso, más nos quedan las maravillas naturales que todavía no fueron reventadas por la mano del hombre.

Sé que todo esto puede sonar a lamento de hombre suburbano llegado a una periferia, pero no. Son simples reflexiones de un forastero. Precisamente los foraneos podemos ver cosas que los nacidos y criados no. O que si la ven, pero están tan naturalizadas que se olvidan. Y naturalizar las cosas nunca es algo bueno, porque nos lleva a dejarlas de lado, a no cuestionarlas y a tomarlas por, precisamente, naturales, cotidianas. Supongo que esto se repetirá en mayor o menor medida en distintas geografías del país, más hoy me toca (nos toca) vivir en este pedazo olvidado de mi hermoso país.